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Sacrifice

El Síndrome Norma Desmond

Natalia Alonso Arduengo _ Crítica y comisaria de exposiciones

 

“La mujer se mira en el espejo; su identidad está marcada por la abundancia de imágenes que definen la feminidad. Está enmarcada (se experimenta a sí misma como imagen o representación) por los bordes del espejo y entonces juzga los límites de su propia forma y pone en práctica cualquier autorregulación que sea necesaria.”

Lynda Nead _ El desnudo femenino. Arte, obscenidad y sexualidad

 

El 6 de febrero de 1992 el New York Times sacaba en portada una noticia sobre Stacey Stetler, modelo de pasarela y de revista de moda, que recurrió a la cirugía plástica para modificar la apariencia estética de una parte de su cuerpo. Esbelta, rubia, de ojos azules. Una auténtica top model de catálogo. Sin embargo, cuando Stetler se miraba en el espejo veía más defectos que virtudes. Su pecho plano hacía imposible distinguir si estaba de frente o de espaldas, según sus propias palabras.

El hecho de que un periódico tan popular y consolidado diese tal importancia al suceso lo convirtió de inmediato en un indicador sociocultural a tener en cuenta. Bajo el título Woman's Image in a Mirror: Who Defines What She Sees?, Lena Williams reflexionó al respecto analizando porqué una “mujer diez”, según los cánones estéticos establecidos, siente la necesidad de modificar su cuerpo para cercenar un complejo que le acarrea problemas de autoestima.

La vinculación entre la imagen física y la autoestima tiene su consecuencia más directa en el sacrificio, en la necesidad de amoldarse a base de autorregulación a los ideales estéticos establecidos por la sociedad. Por ello, Sacrifice es el título que ha escogido Cristina Toledo para su nuevo trabajo. Un conjunto de pinturas y acuarelas que muestran a mujeres sometiéndose a tratamientos de belleza de diversa índole, algunos de los cuales semejan más auténticas torturas. Cada fémina se convierte en su propio verdugo. Es el fascismo del cuerpo.

La artista aborda la tiranía de la estética recurriendo a una recopilación de imágenes extraídas de diversos massmedia, de revistas como Vogue y fotografías de época. Estas iconografías encontradas son transformadas en pintura como mecanismo para resignificarlas y reflexionar acerca de conceptos como la feminidad, el fetichismo o el sufrimiento voluntario que conlleva alcanzar el ansiado ideal.

El canon de belleza ha sido estereotipado, reducido al mero atractivo sexual y convertido en un bien más ofertado por el mercado de consumo. Byung-Chul Han en su ensayo La salvación de lo bello insiste en que “la industria de la belleza explota el cuerpo sexualizándolo y haciéndolo consumible”. La belleza entra en crisis si se somete a la lógica del capital pues pasa a ser un

simple producto. Y, ya se sabe que, en nuestra cultura del usar y tirar, cuando por la rapidez de las modas algo deja de servir o simplemente se vuelve viejo, se tira y se compra otro nuevo.

Lo mismo ocurre con la belleza y el cuerpo femenino, inmerso en un perpetuo ciclo de juicios tanto ajenos como autoemitidos por seguir la línea del canon impuesto. ¿Y, cuál es esa línea? Gilles Lipovetsky la analiza en La tercera mujer, un libro con luces y sombras pero sagaz en algunos aspectos como es el del análisis de la entrada de la belleza en el mercado de masas. El filósofo destaca la doble tendencia que se manifiesta como meta: la antiedad y el antipeso. El tándem delgadez-juventud se impone y las mujeres que no lo cumplan estarán entre las no elegidas. Sin embargo, este binomio tampoco es garantía de éxito. A Stacey Stetler no le funcionó. Ella ya lo tenía y no fue suficiente. En el fondo, nunca es suficiente. El poder coercitivo de las normas estéticas impuestas por el canon oficial siempre será fuente de insatisfacción constante.

“Espejo mágico dime una cosa, ¿quién es en este reino la más hermosa”, se pregunta la madrastra de Blancanieves y se preguntan también todas y cada una de las mujeres que se sacrifican en aras de lograr esa supuesta hermosura. Para ello las protagonistas de Cristina Toledo se maquillan, usan extrañas mascarillas y artilugios opresivos varios para reducir arrugas o enderezar la nariz, se broncean, llevan tacones imposibles y asfixiantes corsés para marcar irreales cinturas de avispa. El es Síndrome Norma Desmond que se aferra cual sanguijuela al miedo, al pavor de marchitarse y perder la belleza.

La actriz Gloria Swanson encarna en El Crepúsculo de los Dioses (1950, Billy Wilder) a la citada Norma Desmond, una estrella del cine mudo atormentada por los fantasmas de su pasado. Es demasiado mayor para la industria del cine. Su edad la invisibiliza como mujer a pesar de su pasado profesional glorioso. Vive recluida en una mansión abarrotada de fotografías de jóvenes Normas Desmond, un martirio perenne para su psique de mujer que envejece. En un momento de la película, Norma cree que volverá a actuar ante las cámaras y es aquí donde comienza la secuencia de imágenes del sacrificio narradas por la voz en off de su amante Joe Gillis: “Un ejército de expertos en belleza inundó la casa de Sunset Boulevar. Soportó una horrible serie de tratamientos, contaba cada caloría como un atleta preparándose para los juegos olímpicos”.

Y así, bajo el Síndrome Norma Desmond, se encuentran las mujeres representadas por Cristina Toledo. Cada una viviendo su particular Sunset Boulevard sometida al chantaje de la belleza.