Norma Jeane es culpable
24 junio 2025 Fotos: 14
«Al final, las mujeres fatales solo resultan fatales para ellas mismas», dice Silvia Plath dirigiéndose al público en la obra Las agujas dementes de Jorge Volpi. El espejo que muestra a una mujer bella, enigmática y seductora, se convierte en esta exposición de Cristina Toledo en la pantalla cinematográfica que devuelve el reflejo del estereotipo de la femme fatale. Norma Jeane (Marilyn Monroe) es culpable de la guerra de Troya, como Helena. Anne Carson lo tiene claro. Los iconos femeninos del cine de Hollywood, versionados siempre desde la perspectiva masculina, requieren nuevas formas de ser pensados más allá del eterno femenino. La poeta declama que «hay que dar un giro de 180º para encontrar ahí distintos y más profundos dolores», hay que crear un espacio y un tiempo políticos por medio de la acción feminista que deshagan el nudo de los patrones de conducta heredados y establecidos como ley.
Hemos sido narradas y filmadas atendiendo a un caleidoscopio de arquetipos que oscilan de manera pendular entre la condición de víctima y de verdugo. Mary Jo Bang en unos versos: «Cada imagen de mujer habla de un cuerpo / teatral representando un guion, el conector que carga / con todo cuando hay guerra, y que hace bordados cuando / no. Puedo ver que ellas, es decir, nosotras, estamos / destinadas a ser objetos».
Brujas, vamps, «dalilas» sometiendo a través del atractivo sexual, perversas, malignas, caprichosas, infieles… O bien todo lo contrario, mujeres frágiles, sumisas, calladas, dulces y delicadas. Es la dicotomía de un imaginario consolidado.
«Si yo fuera un rancho me llamarían “Tierra de nadie”». Gilda es culpable. Su independencia y erotismo provocan el conflicto dramático. El mismo año de la película, 1946, se llevó a cabo un ensayo nuclear sobre el atolón Bikini y la bomba Able fue renombrada popularmente como «Gilda» por el personaje de Rita Hayworth. El nivel de peligrosidad atribuido a una mujer era asimilado al de un bombardeo atómico. Durante esa prueba, llamada Operación Crossroads, se realizó una segunda prueba, Baker, conocida como «Helen de Bikini». Otra Helena más causando el desastre. El mal tiene nombre de mujer.
Un par de años antes, en 1944, se estrenó Gaslight, la película de Georges Cukor en la que Ingrid Bergman interpreta a una mujer víctima de manipulación por parte de su marido, quien la hace creer que se está volviendo loca. El historiador del cine José Luis Sánchez Noriega señala en un ensayo sobre cine negro que la actriz «tuvo que exigir hasta las lágrimas que al productor Selznick que su nombre apareciera en los créditos con la misma relevancia que el de Charles Boyer (su compañero de reparto)». Bergman doblemente víctima, en la realidad y en la ficción. En ninguna de las dos vidas hay escapatoria del rol.
Cristina Toledo traslada al lienzo fotogramas del cine hollywoodiense con el objetivo de generar una nueva perspectiva a la hora de mirar. Las viejas respuestas ya no sirven para las nuevas preguntas. Insta a salir del piloto automático de la aceptación sin cuestionamiento y a poner en marcha la autoconciencia. Vivian Gornick define este concepto como «la práctica feminista de examinar la experiencia personal propia desde la perspectiva del machismo, esa teoría que explica la posición de subordinación de la mujer en la sociedad como resultado de la decisión cultural de conferir poder directo a los hombres e indirecto a las mujeres». Mientras el sistema te grita sé femenina y sonríe, la artista busca desactivar pecados (Norma Jeane no es la culpable) y poner en marcha el mecanismo de autoconciencia que nos impulse a ser dueñas de nosotras mismas para que nadie cuente nuestra historia por nosotras.
Natalia Alonso Arduengo
 
                 
				 
				 
				 
				 
				 
				 
				 
				 
				 
				 
				 
				 
				 
				 
			